GORI Y LOS TOROS - Carmen Bernand, "Gorita"
En 1962, Gori compró el libro de Angel Alvarez de Miranda sobre los ritos del toro en el Mediterráneo. Entre los testimonios numerosos que brinda el autor sobre la Península ibérica están los toros de granito de Guisando, las siluetas pintadas sobre las paredes de las grutas de Teruel y Albacete, las cerámicas y los bronces, y las referencias de Platón a la caza ritual de ese animal.
La corpulencia y su función de semental valieron al toro una veneración milenaria, principalmente en las celebraciones de las bodas. A esas costumbres vinculadas con la fertilidad se sumó la del sacrificio, típica de las corridas españolas. La valoración del macho nupcial sólo vencido por el hombre, contribuyó a identificar la piel del toro sacrificado con el mapa de España.
Los cuadros de Gori se centran en el toro, solitario o en manada. Sus órganos sexuales tan importantes en los ritos de fertilidad aparecen, aunque no siempre, en el magnífico toro en movimiento, embistiendo a la nada de 1964. Quizás la pintura más impresionante de la serie sea el toro acorralado en un espacio sin vallas, un toro libre rodeado por un mundo en ruinas, fantasmal, como un Minotauro sin su laberinto.
Otras figuras, acechantes o inmóviles, amarillas y rojas como los toros "barrosos", poseídos por los dueños telúricos de los Andes, o decorados como los de Pucara (Perú), son seres dominados cuyos bramidos pueden ser oídos en las punas y constituyen la última fase del mito ibérico.
En 1970, año de la publicación de su libro sobre los toros y toreros del Rio de la Plata, Gori dibujó un toro negro implorante y trágico como el caballo de Guernica.
